viernes, 22 de enero de 2010

Moster In The Closet


Ya estaba recostada en mi cama con los libros de la facultad en la mano. Eric, mi esposo, ya estaba dormido. No podía entender como lo hacía.

Era la primera noche que pasábamos en la nueva casa. Aún estaba desamueblada y era escalofriante. En otras palabras odiaba la maldita casa. Estaba tan vieja que la madera del suelo chirriaba sola y al parecer las cañerías estaban tan deterioradas que el ruido que hacían imitaban al de una persona.

Estaba segura que al levantarme no iba a tener voz por los gritos de miedo que había dado durante todo el día. Había llegado al punto de cerrar el armario por miedo a que saliera el monstruo de allí.

Abrí el libro de derecho infantil y me dispuse a leer. Ya que no podría leer alguna novelo porque no tenía nada aún, al menos aprovecharía el tiempo para estudiar.

Eric roncaba a mi lado y la lluvia de afuera era todo lo que oía. Suspire, el sueño se estaba apoderando de mí. Deje caer el libro al suelo y me incline para apagar la luz. Estaba a punto de tocar el interruptor cuando la luz se cortó.

Solté un chillido ahogado ante la sorpresa, pero me calme rápidamente. Eric ni siquiera se inmuto.

Me recosté sobre mi costado y cerré los ojos. Intente pensar en buenos momentos, pero estaba demasiado nerviosa como para poder concentrarme en algo.

Un ruido proveniente del placar me hizo saltar hasta quedar sentada. Mire aterrada el lugar de donde vino el ruido, y pronto se escucho otro.

Me volví a acostar, temblando de pies a cabeza, y me tape con las sabanas como si de esa forma fuera a desaparecer. Conté mentalmente hasta veinte y ese fue mi límite, y chille. Los ruidos no se detenían y estaba segura que la madera del placard se había partido.

¡Oh, por Dios, el monstruo del armario sí existe!

Este estaba pisando con fuerza, contuve mi respiración pensando que con mucha suerte mi mal escondite sería bueno.

Escuche como los pasos se dirigían al lado de Eric. Se detuvo justo al frente de él. Hubo silencio solo por unos segundos, hasta que Eric jadeó. Supe que esa no era una buena señal.

Me levante sin pensarlo dos veces, y mire con impresión como la sangre de mi esposo manchaba las blancas sabanas. Mis ojos se abrieron de par en par y grite con todas mis fuerzas mientras mis ojos derramaban lágrimas.

Mire hacía arriba buscando al maldito asesino, pero no halle nada, sólo oscuridad aunque podía distinguir algo que se movía.

-¡Maldito asesino!.- le grite sin pensar en las consecuencias.

Y sin duda no había pensado, la sombra empezó a caminar hacía mi. Me arrastre por la cama con cuidado de no tocar el cuerpo de Eric. Estaba a punto de bajar de allí y correr a la puerta, cuando fui jalada de los pelos hacía atrás. Me queje del dolor, aún más cuando caí al suelo. Intente zafarme del agarre, pero fui lanzada contra una pared antes de poder hacer cualquier cosa.

La lluvia y la respiración pesada del asesino no me dejaban oír otra cosa. Quería gritar del dolor y sentía que mi nuca sangraba, pero tenía que huir.

Me arrastre lo más silenciosa posible que pude por el piso, la noche era cerrada y la habitación estaba sumida en una oscuridad sepulcral. Choque contra la pata de la cama y ese ruido me delato. Intente ponerme de pie, pero el monstruo me alcanzo de una pierna.

-¡No, suéltame, suéltame!.- repetí histéricamente.

Al parecer mis palabras no tenían sentido para el asesino. Me arrastro con él por la habitación mientras pataleaba.

Cuando estábamos a punto de llegar a la puerta sentí que mi pierna derecha le golpeaba y aproveche su aturdimiento para golpearle otra vez hasta que soltó mi otra pierna. Me arrastre hasta que pude ponerme de pie, cayendo varias veces en el intento.

¡Dios! ¿Qué hacía? Este maldito dormitorio no tenía otra salida, ¿Saltar por la ventana? Quizás esa era una idea.

Corría hacía allí y golpeé con desesperación el vidrio. ¡Estaba trabado! ¡Mierda, mierda, mierda!

No pude pensar en otra salida ya que fui interceptada por la bestia. Me lanzo contra el placar roto. Mi espalda se golpeo con fuerza dejándome sin aire y caí al suelo de rodillas, clavándome las astillas en el aterrizaje. Lloré de la desesperación, del dolor, por Eric, por todo. ¡Sabía que mudarnos aquí era una mala idea!

Quise volver a ponerme de pie, pero me fue imposible flexionar las rodillas. ¿Qué más iba a hacer? Nada. Me deje caer en el suelo y tan sólo un segundo después una daga fue clavada en mi centro. Mis ojos se llenaron de lágrimas y jadeé. Aunque tenía al criminal demasiado cerca de mi no pude saber que era.

Mi respiración se hacía cada vez más pausada, mi cuerpo era prisionero del dolor y mi mente ya no quería sentir más. Observe como la sombra se metía nuevamente en el placar y, luego de ello, mis parpados cayeron y la oscuridad se apodero de mí.




Desperté con el cuerpo agarrotado, sentía una presión en mis muñecas y en mis piernas. Trate de concentrarme, y respirar con tranquilidad. Mi pecho era apretado por una fuerte venda. ¿Qué había pasado?

Abrí, con cierta dificultad gracias al cansancio, los ojos y me encontré con una visión enloquecedora. Todo era blanco. ¿Acaso era el cielo? Mire a mi alrededor y sólo había blanco. Me miré a mí y supe que estaba recostada en una camilla en el centro de la habitación.

Los recuerdos fueron llegando como pequeños golpes y entonces mis ojos se fijaron en la puerta que estaba frente a mi y en como la manija se estaba doblando para ser abierta.

Otro recuerdo me llego y lo entendí todo.

No otra vez, por favor le suplique a nadie.

Grite, quería que me escucharán. Grite a todo pulmón e intenté deshacerme del agarre de la cama. ¡No podían permitir que otra vez pasara!

-¡Auxilio, quiere matarme!.- repetí vociferando.

Llore, pataleé, grite, maldije. Y nada. La puerta fue abierta y cuatro mujeres vestidas de blanco entraron corriendo.

Me sujetaron para que no pudiera escapar. ¡Ellas no lo entendían! ¡Él había matado a Eric! ¡Había salido del armario!

Quise quitarme las manos de las desconocidas de mi cuerpo, quería que me ayudaran a escapar. ¡No podían dejar que volviera a por mí! ¡No podían!

Entonces, en medio del forcejeó, sentí un pinchazo doloroso en mi brazo. Intente pelear contra la inconciencia, pero me fue imposible.

Caí rendida al mundo de Morfeo, con las enfermeras tratando de calmarme.

Al menos, pensé, él no podía tomarme en sueños.

La oscuridad ya era parte de mí. Todo lo blanco se había ido. Respire tranquila.

Trate de que mi sueño se dirigiera a mi casamiento con Eric. Estaba a punto de llegar a ese recuerdo…

…entonces oí un golpe contra la madera y la puerta se partió.

Fin.

Luchy Franco.

Relato para el Concurso Literario de Octubre, de Paradise Of Dreams.

lunes, 4 de enero de 2010

Broken Dreams


10:00 am.

Señora Elizabeth Peyton.

Me gustaba como sonaba mi nuevo nombre. Ahora era una mujer casada, enamorada y de la alta sociedad. Había pasado tan sólo una semana desde mi casamiento y tres días desde que mi esposo, el militar Gerard Peyton, había partido hacia una isla en el Caribe. Había sido una excusa perfecta para poder escapar de la guerra y pasar nuestra luna de miel.

Me encontraba en el aeropuerto de Florida, ya había despachado todo el equipaje y en mi mano solo llevaba mi bolso de mano. El aeropuerto estaba lleno, todos estaban escapando de la guerra.

Caminé hasta los servicios antes de que llamaran a abordar mi vuelo. Me dirigí sin pensarlo al espejo, y me admiré. Una ancha sonrisa recorría mi rostro al saber que pronto estaría en brazos de mi hombre, en una hermosa isla paradisíaca. Mi casquete gris topo, tapaba parte de mi cabello corto y rizado. Mi traje sastre de pie de pull hacían juego con mis zapatos de tacones altos abotinados.

Saqué un labial rojo de mi bolso de mano, y ante las miradas de las demás mujeres, los retoqué. Sonreí sarcásticamente ¡Cuantas mujeres querrían estar en mi lugar! Entre las que estaban allí, muchas provenientes de familias de gran apellido, gran parte estaba al tanto de mi nueva situación. ¡Sabía que me envidiaban!

Camine con falsa modestia hasta llegar a la sala de espera, bajo la atenta mirada de las demás personas. Moví mi cabello provocativamente, mirando mi figura en el reflejo del vidrio. Lucía maravillosa, en esos momentos más que cuando era saltera. Me sentía perfecta en mi nueva situación, ahora todo era de maravilla.

Me senté en un sofá de primera clase, mientras esperaba por mi llamado. Escrute a todas las personas que pasaban frente de mí. Ahora podía darme el lujo de opinar sobre ellas ya que me encontraba en iguales condiciones.

Mujeres, hombres, niños, familias… Nada se me escapaba de los ojos. Gozaba de aquella sensación de superioridad y no de envidia que, hasta hacía poco tiempo, me sentía obligada a sentir.

-Abordar pasajeros del Vuelo 19, por la plataforma 7 con destino a las islas Bermudas.

Me levante de forma elegante, y sin importarme de los murmullos que se oían cuando caminaba, me acerqué a mi plataforma. En tan sólo unas 4 horas me encontraría en brazos de mi esposo, haciendo el amor en medio de una playa soñada.

Un buen hombre me dejo abordar primero. La azafata reviso mi boleto, y al leer mi nombre, inclino su cabeza y me dirigió a mí lugar. ¡Hasta ella sabía en la poderosa dama en la que me había convertido! ¡Qué rápido se esparcían las noticias en Florida!

Era la primera vez que viajaría en primera clase y, me di cuenta, de que era lo que siempre había merecido.

Un camarero llego a mí y se presento, asegurándome, que estaba disponible para mí para cualquier cosa. Me reí ante su descaro, y a sabiendas de que en otros momentos no lo habría rechazado, lo deje pasar. Me dio una copa de champagne antes de que el avión despegara.

Me sorprendí al notar que sólo había cinco personas más conmigo cuando se cerraron las puertas. Me encantó el saber que era una de las pocas privilegiadas de estar en primera clase.

El ruido de las ruedas sobre el asfalto hicieron explotar mi adrenalina. En pocos minutos el avión se encontraba en el aire. Cerré los ojos, tratando de caer en un profundo sueño, para que las horas se pasaran con rapidez.


14:15 pm.


Desperté por el brusco movimiento que sacudió al avión. Los gritos no se hicieron esperar y las luces se apagaron de repente. Temblé, esto no estaba pasando. Mire con horror a mi alrededor, y pude ver que todos estaban igual de aterrados que yo. Se oían llantos, y escuchaba al capitán hablar por el alta voz, pero no le prestaba atención.

Me aferre a mi asiento y solté unos cuantos sollozos. Nuevamente, como en mis momentos de soltería, me sentía sola e indefensa. Todo volvió a sacudirse.

Abrí la venta y no vi nada. Estábamos en medio de la nada, con el cielo oscuro, y desde lejos algo desconocido se acercaba a nosotros. El avión estaba cada vez más inestable, algo nos estaba jalando hacía el abismo.

Llore con más fuerza, aborrecía la vida. Ahora, que al fin había alcanzado mis sueños, todo se venía abajo por un maldito vuelto.

Una explosión termino con mi control, chille acorde con los demás pasajeros. Sabía que ya no escaparía de esto, que mis deseos de encontrarme con mi esposo se derrumbarían.

Otra explosión.

El avión no lo soporto más, no tenía fuerzas. Este era tirado por aquella fuerza desconocida de la naturaleza. El humo, del incendió de la parte trasera, empezó a ahogarme.

Los sollozos no me estaban ayudando a respirar, y con rapidez mis sentidos se empezaron a bloquear.

Desde lejos oía el pánico y las explosiones. Sentía que mi cuerpo se movía de un lado a otro por el balanceo de la nave.

Después de ver pasar mi vida frente a mis ojos, como una película en blanco y negro, deje que la inconciencia me hiciera prisionera.

No quería saber que pasaba, no quería sentir dolor y lo más importante no quería pensar en lo que habría pasado si este accidente no se hubiese llevado a cabo.

5…4…3…Explosión…2…1

Mi mundo se volvió negro. El avión se desvaneció en la nada. Morimos sin causa aparente, a tan sólo unos minutos de llegar a destino. Nuestros sueños ahogados en un mar de lágrimas. El cielo llovía nuestras penas, y con ellas nos despedíamos de la vida.



5 de diciembre de 1945 – Desaparición de cinco aviones en el triangulo de las Bermudas, de los cuales dos eran privados.


Fin.

Luchy Franco.

Relato para el Concurso Literario de Septiembre, de Paradise Of Dreams.